Una de mis hijas tiene un castillo de Lego. Es uno de esos Legos que contiene cientos de piezas y que requiere horas para poderlo ensamblar. Pero ella no armó el castillo. Su hermano mayor le evitó el trabajo y se lo construyó.

Para mi hija, lo importante era el producto. Para mi hijo, sin embargo, lo importante fue el proceso. 

Es curioso ver estas dos formas de apreciar algo que ha sido construido. Ambos tienen una relación con el objeto, pero lo valoran de forma distinta. Ella aprecia el objeto concreto por su uso; él lo aprecia por su proceso de formación. 

Ultimamente he estado tratando de ser más consciente de mi relación con objetos manufacturados. Hay objetos que valoro, artefactos que para mí son de utilidad. Pero pocas veces me pasa por la mente el esfuerzo humano intangible que requirió producir el objeto tangible. Sin embargo, me desagrada cuando otros sólo ven el producto de mi trabajo, sin valorar el proceso de trabajo. ¡Qué contradicción!

Como para efectuar un cambio en otros debo empezar por mí mismo, estoy procurando ser más sensible a valorar los procesos humanos que, detrás del telón, han generado un producto que también aprecio.