Hay un texto escrito por Julio Cortázar que se titula “Instrucciones para llorar”. En ese escrito, Cortázar describe la “manera correcta de llorar”.  Es un texto curioso y jocoso, que saca a la luz la diferencia entre el conocimiento implícito y el conocimiento explícito. En otras palabras, el autor busca expresar cómo realizar una acción que naturalmente las personas saben realizar, sin tener conciencia de cada aspecto involucrado en el llanto. La ironía es que obviamente no necesitamos instrucciones para llorar, ya que es una expresión que no requiere de habilidades cognitivas para ser efectuada. De hecho, es más difícil tratar de explicar cómo se debe llorar y qué cosas —físicas, psicológicas, y sociales— acompañan al llanto. 

Es increíble la cantidad de cosas que sabemos hacer debido a nuestras habilidades perceptuales-motoras, que no requieren la participación activa de nuestra conciencia. Muchas de nuestras funciones motoras caen en esta categoría. Para abrir una puerta, no necesito activar pasos cognitivos o una lista de acciones que consecutivamente me permitan realizar tal acción. No hay mucho que pensar, es un aprendizaje que se volvió implícito. Sin embargo, a veces no recuerdo si le puse llave a la puerta o no después de haber salido de casa. En ese momento sí debo activar la memoria de trabajo para ver si hay ha quedado almacenado algún recuerdo de que realicé esa acción. 

Creo que Cortázar nos ha dado un buen ejercicio a través de su escrito, para crear conciencia y asignar valor y significado a nuestro aprendizaje. Nuestra memoria es ejercitada cuando integramos la repetición con el proceso de darle sentido y significado a las cosas. En mi caso, estoy tratando de prestar más atención tanto a los procesos que realizo automáticamente, como a los detalles contextuales que ayudan a explicar las cosas que estoy aprendiendo. Hay tantas cosas que quiero aprender y retener, pero debo procesar dichas cosas de forma más explícita, asociando la información con elementos valiosos y significativos para mí.