La mejor inversión que alguien puede hacer es construir memorias.
No hay emprendimiento que pague mejores dividendos.
Como dice alguna canción, recordar es vivir. Quizás, entonces, no recordar es morir. En un sentido, no sólo debemos vivir la vida, sino revivirla. Más allá de lo que nos ha sucedido, podemos re-crearnos a través de la memoria y de los recuerdos. La palabra recuerdo proviene del latín recordari, que a su vez se forma de “re” y “cordis” que significan “de nuevo” y “corazón” respectivamente. Cuando recordamos, volvemos a pasar las vivencias por el corazón. Es una forma, no sólo de pensar lo que ha pasado, sino de volver a experimentar lo vivido dentro del corazón. No es sólo un ejercicio mental, ya que la mente tiende a olvidar, es un ejercicio de corazón, porque éste no se olvida.
De acuerdo con Michael Hasselmo (2012),1 hay diferentes tipos de memorias. Un tipo de memoria es la memoria semántica que se ocupa de reproducir hechos generales. Otro tipo es la memoria procesal (o implícita) que nos permite saber cómo hacer las cosas. Pero en general tenemos una memoria “episódica,” a través de la cual recordamos eventos específicos conectados a un tiempo y a un espacio. No todas las memorias son episódicas. No siempre recuerdo todos los detalles y por lo tanto no puedo reproducir todo lo que he experimentado. Pero aquellos eventos que recuerdo están conectados con localidades, puntos de vista, tipos de acciones, y tiempo. Son recuerdos del corazón. Tenemos la capacidad de registrar historias con una trayectoria espacio-temporal. Nuestro cerebro procesa y codifica información que tiene una trayectoria en tiempo y espacio y que ha tenido un impacto relacional. Nuestras memorias del corazón funcionan como una especie de máquina de tiempo y de espacio.
Por lo tanto, es importante apartar tiempo para recontar y revivir nuestras memorias. Las historias del pasado alimentan nuestra vida en el presente.
1 Hasselmo, M. (2012). How to remember: Brain mechanics and episodic memory. Cambridge, MA: The MIT press.