“No naciste para ser un engranaje
en la gigantesca máquina industrial.
Fuiste entrenado para convertirte
en un engranaje”
(Seth Godin, Linchpin).1
Algo está pasando en el mundo laboral. En realidad, no importa en dónde trabaje la gente —en un banco, en una oficina, en una iglesia, en el gobierno, en una universidad, en una fábrica, en el campo, etcétera— las cosas parecen estar cambiando radicalmente y eso está acarreando agotamiento laboral crónico. El valor supremo en el trabajo se centra en la supervivencia de compañías, empresas, u organizaciones que controlan los medios de producción. El trabajador no es indispensable, es más bien reemplazable o desechable, porque se pretende que la organización tenga más longevidad que quienes para ella trabajan. A pesar de que existen reglas, leyes, y derechos laborales, los intereses que predominan son los de los accionistas. Sin importar el empeño que se ha puesto en tener departamentos de recursos humanos, gerentes, y estrategias de desarrollo para el trabajador, lo más preciado tiende a ser la línea de fondo (the bottom line): generar la mayor cantidad de ingresos posibles.
La presión por obtener resultados financieros a corto plazo ha conllevado a decisiones devastadoras. A pesar de los avances tecnológicos que nos permiten hacer el trabajo con más eficiencia y en menos tiempo, la carga laboral va aumentando desproporcionadamente. Debido a una economía interconectada globalmente, los trabajadores ya no construyen sus propias comunidades locales. Las organizaciones buscan reducir costos por medio de mano de obra barata en un mercado global. Aunque la evidencia presentada en la literatura de gerencia y administración organizacional indica que las personas son los activos más valiosos de una organización, los accionistas prefieren inmortalizar sus compañías a cualquier costo, incluso sacrificando a los empleados sobre el altar corporativo. Rushkoff (2011), refiriéndose al corporativismo, afirma que “nos estamos acercando rápidamente a una norma social en la que nosotros —como naciones, organizaciones e individuos— nos involucramos en comportamientos que son destructivos para nuestro propio bienestar y el de todos los demás” (mi traducción).2
Se supone que los sujetos de trabajo son los trabajadores y que las organizaciones son los objetos. ¿Cómo es que estos roles se han revertido al punto que la organización se convierte en sujeto y los trabajadores en objeto? No es de extrañar, entonces, que estemos teniendo una epidemia de agotamiento.
1 Godin, Seth. Linchpin: Are you indispensable? New York, NY: Penguin Group.
2 Rushkoff, Douglas. Life Inc: How the world became a corporation and how to take it back. New York: Random House, INC. xviii.