En octubre de 2021, tuve que ir al servicio de urgencias de un hospital local, debido a un dolor paralizante en mi hombro izquierdo. Allí, el equipo médico pensó que quizás el problema era muscular y me recetaron analgésicos fuertes. El dolor nunca sucumbió y de repente  mi brazo izquierdo se debilitó y perdió sensibilidad. Después  de obtener una resonancia magnética, fui diagnosticado con una radiculopatía cervical, es decir, la compresión de la raíz nerviosa debido a un disco herniado. Tras consultar con varios cirujanos ortopédicos, la solución que me presentaron fue realizar una cirugía de reemplazo de disco cervical.

Antes de continuar con mi relato debo comentar que, hasta ese momento, llevaba un ritmo de vida demasiado acelerado. Por años me había jactado de vivir ocupado. Trabajaba arduamente, pero más y más sacrificaba el descanso. 

En enero de 2022, estaba a punto de programar la cirugía cuando surgió la oportunidad de ver a otro cirujano. A pesar de haber consultado con tres ortopedistas, decidí ir a la cita con este otro doctor, pensando que quizás él debiera realizar la cirugía. Para mi sorpresa, esta persona que se gana la vida haciendo cirugías, insistió que en vez de operarme debía hacer cambios en mi estilo de vida. En su opinión, aunque no habían garantías, existía la posibilidad de que mi cuerpo sanara, pero necesitaba reposo. 

Esta serie de eventos me llevó a recapacitar. En vez de hacer una intervención quirúrgica invasiva para eliminar el dolor y poder seguir viviendo mi vida al mismo ritmo, tenía la opción de hacer un alto, con la esperanza de poderme recuperar. 

Eso he hecho. He realizado cambios radicales en mi vida, tratando de vivir anti-fatigadamente. Además, he estado estudiando “el reposo” como concepto teológico. Con el tiempo, he sanado, física y mentalmente. Pero debo admitir que he sentido el impacto de lo que se conoce como burn-out. 

¿Qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su nephesh?