Por varios días he estado explorando el significado del Shabbat como tiempo y espacio para resistir el desenfreno, el abuso laboral, la cultura faraónica. El hacer una pausa es un acto de santificación, de separación. Es vivir anti-fatigadamente entre el llamado a amar a Dios y amar al prójimo. Es reconocer que la vida es más que producción, adquisición, y consumo. Que lo sagrado de la vida está en la relación con “el otro”, tanto con Dios como con nuestros vecinos. Por lo tanto, es nuestra responsabilidad que otros también reposen, que tomen aliento, que se den un respiro.

En el Nuevo Testamento, Jesús critica los sistemas que usan el día de reposo para oprimir al otro. En Marcos 2:23-28, los discípulos arrancan espigas en el día de reposo, seguramente para calmar el hambre. Los fariseos, religiosos devotos, ven ese acto como desobediencia al mandato divino, como algo ilícito, como desacralización. El problema de estos religiosos no es su devoción y deseo por ser fieles. El problema es cuando la devoción y la fidelidad le dan prioridad a los objetos por encima de los sujetos. Lo sagrado no es el día de reposo en sí mismo, sino los demás. Descansamos, no para ensimismarnos y alejarnos de otros con el fin de tener fuerzas para trabajar por nuestras propias cosas, sino para honrar a Dios y alimentar el nephesh del otro. Si perdemos de vista la necesidad de vida del otro, profanamos lo que para Dios es sagrado.

“El día de reposo fue hecho por causa del hombre,
y no el hombre por causa del día de reposo” (Marcos 2:27).