El aprendizaje es más que saber, es también saber hacer. Los estímulos e información que procesamos durante el aprendizaje son interpretados por medio de acciones del cuerpo y son almacenados para generar acciones del cuerpo. Es decir, la codificación y decodificación de lo aprendido tiene lugar en nuestra corporeidad. Sin cuerpo no hay aprendizaje. Aun las acciones o funciones inconscientes e involuntarias son ejecutadas somáticamente. Tanto la ontología como la epistemología están mediadas por el cuerpo.
Es importante entonces examinar el papel del cuerpo como centro de acción y actuación. Tanto la internalización de lo que aprendemos, como la externalización de lo aprendido sucede somáticamente. Podríamos decir que el aprendizaje es un proceso de incorporación y ex-corporación.
Cada acción o estado, representado gramaticalmente en el campo de la lingüística por medio del “verbo”, es una expresión corporal: ver, oír, caminar, pensar, viajar, tomar, jugar, esperar, y aun, ser (el-que-soy). Por ejemplo, la acción de leer es una habilidad que aprendí de pequeño, que en su momento fue extremadamente difícil de interiorizar, pero que con el tiempo y con la práctica se convirtió en algo que sé hacer, sin el mismo nivel de esfuerzo y consciencia. Pero mi cuerpo siempre ha sido mediador durante la lectura, no sólo porque el cerebro procesa la información y registra las conexiones necesarias para desempeñar tal habilidad, sino también asumiendo posturas y orientando partes del cuerpo (como los ojos, la cabeza, las manos que sostienen un libro, etc.) en torno al acto de leer. Nuestras disposiciones son entrenadas y moldeadas por nuestras posturas y posiciones corpóreas. Cada vez que tengo hambre y quiero satisfacer esa necesidad, el cuerpo asume posturas —y micro-posturas— que acompañan o potencian tal acción. Parece obvio, pero es algo que frecuentemente escapa nuestra consciencia. No nos damos cuenta del nivel de involucramiento de nuestro cuerpo. Es como si parte de aprender involucra un proceso de olvidar nuestro cuerpo; como si la visibilidad de las acciones requiere, para el actor, la invisibilidad de su cuerpo. Realizamos acciones sin darnos cuenta de la multiplicidad de acomodaciones que el cuerpo hace. El sentido de la acción –la razón- no niega al cuerpo, ni en realidad lo transciende, aunque este último se esconda de la consciencia. Así que, nos demos cuenta o no, en nosotros, el verbo también se hace carne.