Hay un texto muy curioso en el evangelio de Juan, en el capítulo 16, en el que Jesús anuncia a sus estudiantes que ya pronto no estaría más con ellos. La forma como lo dice, reiteradamente, es afirmando lo siguiente: “todavía un poco, y no me verán; todavía un poco, y me verán”. Aun para los discípulos, esas palabras fueron enigmáticas. ¿A dónde iría Jesús? ¿Por qué no lo iban a ver? ¿Y cómo es que después de un poco lo volverían a ver? 

Antes de tratar de esclarecer el significado de las palabras de Jesús, vale la pena observar que en Juan 16:7, Jesús afirma que era conveniente para los discípulos que él se fuera, que, de hecho, su ida significaba la venida de un acompañante, de uno llamado a caminar junto a los discípulos, de uno que, en ausencia de Jesús, sería presencia solidaria. La ida de Jesús, sería la venida de este acompañante. En el versículo 13, Jesús lo llama el espíritu de verdad, y se da a entender que este espíritu solidario no sólo camina junto a los estudiantes de Jesús, sino que les habla las palabras de Jesús, aun aquellas palabras que Jesús mismo, en su momento, quiso compartir pero que sus estudiantes no eran capaces de sobrellevar. 

Vemos aquí varias series de relaciones. La ida de Jesús es para volver al Padre. El primer movimiento relacional muestra que la venida inicial de Jesús es un acercamiento en dirección a la humanidad, pero un acercamiento que proviene del Padre. El Padre, que está en relación próxima con Hijo, se relaciona también con la humanidad a través de Hijo. Para relacionarse con el Padre, es necesario que haya un acercamiento de parte del Hijo. Por eso, el Hijo es hijo del hombre; el Hijo es el hombre, la humanidad en relación perfecta con el Padre por medio de la proximidad relacional con Jesús. Sin el acercamiento del Hijo, no hay acercamiento al Padre. Ver, entonces, al Hijo, es a la vez ver al Padre. Lo opuesto es también cierto: no ver al Hijo, es no ver al Padre. 

Quizás por eso, el anuncio de la ida de Jesús causa tristeza y confusión. Todavía un poco, pero dentro de no mucho, dejarían de verlo. Si ver a Jesús equivalía a ver al Padre tal y como él es, en su propia esencia, sin abandonar los límites impuestos sobre la perspectiva humana, entonces no ver a Jesús significaría dejar de ver al Padre. Eso constituiría el fin de la proximidad con Dios.  

Es en este momento en el que Jesús introduce otro movimiento relacional, su ida o retorno al Padre, no es un movimiento que los deja abandonados. Su ida, no es ausencia. Al contrario, si el movimiento de venir del Padre a encarar a la humanidad permite que los estudiantes vean en Jesús al Padre, el movimiento de retorno al Padre, permite que los estudiantes experimenten la presencia del Hijo, aun cuando no pueden verlo. Los movimientos relacionales aparentan ser un vaivén, un acercamiento y alejamiento relacional, pero en realidad son unos movimientos por restaurar la proximidad relacional. En ese sentido, lo que se percibe como alejamiento, es realmente parte del acermiento restaurador. 

Después de la crucificción y de la resurrección, Jesús aparece o se manifiesta a sus estudiantes, es decir, se deja ver. Es el mismo Jesús, su mismo cuerpo con sus heridas, pero es un cuerpo diferente que sobrepasa los límites que comúnmente experimenta el cuerpo humano. Jesús se deja ver. Volverlo a ver, es volver a ver al Padre. En Juan 20:20-21, Jesús le dice a sus estudiantes: “Como me envió el Padre, así también yo los envío” y habiendo dicho eso sopló y dijo “reciban el espíritu santo”. 

¡Qué momento tan increíble! Todos los movimientos relacionales convergen en un sólo instante. Padre, Hijo, y Espíritu en proximidad, generando el mismo tipo de movimiento relacional, pero esta vez invitando a los estudiantes a participar en el movimiento. Así que, los estudiantes deben ir, no para alejarse de otros, sino para aproximarse, de tal forma que otros vean en ellos una presencia solidaria (el espíritu), una palabra encarnada (el Hijo), el rostro del creador y sustenador en proximidad (el Padre). Los estudiantes deben vivir dentro de los movimientos relacionales establecidos por el vaivén encarnacional. Su ir y venir nunca es ausencia, siempre es presencia. Su acercamiento y alejamiento desecadena la solidaridad, la presencia permanente de una compañía solidaria que nos revela al Hijo, quien a la vez nos revela al Padre, el cuál se da a sí mismo a través del Hijo, para llamarnos hijos, y llenarnos con su espíritu, para que a través de su espíritu podamos reflejar al Hijo, y otros puedan así ver al Padre, quien también les otorga su presencia solidaria (una frase larga pero necesaria). 

Esto es el acompañamiento espiritual. El vaivén que produce proximidad; el movimiento relacional que genera acercamiento para que, dentro de los límites de nuestra humanidad, experimentemos la presencia ilimitada y próxima de nuestro creador.